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Penélope

Penélope

 

Toda una sorpresa cuando entré a esa especie de deposito envejecido, polvoriento, utilizado como taller de restauración y pintura, llegué sin expectativas alguna, solo me habían dado el dato que podría encontrar uno que otro maniquí desmembrado, sin brazos y en el peor de los casos sin identidad. El olor me llevo inmediatamente a tiempos pasados cuando trabajé de ayudante en un taller de latonería y pintura, esa mezcla entre thinner, masilla de latonería y pintura acrílica. De momento la visión se fue adaptando al claro oscuro del lugar, solo entraba un poco de luz natural por una las veinte ventanas de ese antiquísimo edificio, que según la historia, fue el primer edificio de la ciudad. Poco a poco me fui emocionando al escuchar el murmullo de cada uno de los habitantes del lugar. Manos a la obra, cual director de cine empecé a darle sentido al diálogo tácito de cada escena, recordé a mi querido profe Angarita: plano, escena y secuencia. Entre todos ese alboroto de voces bajas, Penélope llamo mi atención, tengo años esperando...